“Me quitaron medio mundo”

      

El 22 de julio de 2003 paramilitares del Bloque Vencedores de Arauca asesinaron a cinco personas en Saravena, Arauca. Entre ellos, se encontraba Uriel Ortiz Coronado, sindicalista de la región. Su madre, Dioselina Coronado de Ortiz, le dio su testimonio a Rutas del Conflicto.

ys saravenaFoto tomada de Rutas del Conflicto.

“Mi hijo era un buen muchacho, para cualquier madre sus hijos son buenos, no hay hijo malo. Sean como sean, ellos son los preferidos; hagan lo que hagan, son una belleza. Nosotros nunca tuvimos reproche de nada, él trabajaba para ayudarnos en lo que más pudiera. Mientras vivió con nosotros en la finca, fue agricultor y sembraba plátano y yuca. También era muy buen pescador.

Estudió hasta los 17 años, luego prestó servicio militar, porque desde pequeño él decía: ‘Mamá yo quiero ser soldado’. Después regresó a la casa a trabajar, ya tenía como 3 años de estar ahí cuando ingresó a la Ecaas, la empresa de acueducto del pueblo, a trabajar como fontanero y después como chofer con el mismo sueldo de siempre. Él no requería más, él lo que necesitaba era estar trabajando. Uriel no era vago, no. Ni tampoco era un loco, no tenía antecedentes.

Mi vida era permanecer en el hogar, cocinándoles a mis hijos y a mi esposo. En esa época estábamos todos en la casa.

Cuando murió tenía 28 años. El día antes hablé con él y le dije que por qué no renunciaba a ese trabajo, que la situación estaba muy fea. Me respondió que ya había pasado la carta de renuncia. Yo llegué contenta a la casa y le dije a Juan, mi esposo: ‘Mijo ahora si se nos compone la vida, el chino se viene para la casa otra vez’.

Me enteré de su muerte por la radio a la mañana siguiente. Todos estábamos desayunando cuando dieron la noticia de que habían matado a un funcionario de la empresa de acueducto.

¿Quién sería?, fue lo primero que pensé, cuando dijeron Uriel Ortiz Coronado. De ahí en adelante fue insoportable. Salimos para el pueblo, fuimos a la empresa y me dijeron: ‘Tenga paciencia porque ya está muerto’.

A la hora de la verdad ya no se recupera nada, me mataron a mi hijo miserablemente, porque él no debía nada, no era nadie, era simplemente un trabajador. Y esa fue la justificación para que mi hijo perdiera la vida, que trabajaba en una empresa. Nada más lo dejaron vivir 28 años.

Uno de madre queda con angustia, cuando veo a los otros dos varones por ahí, se me viene ese recuerdo.

Hace cuatro años ya no vivo en la finca porque la verdad ya no es igual, ya el viejo se fue, murió un año después de Uriel. No es lo mismo, los hijos consiguen esposa y uno queda más solo.

Yo hablé con Nelson Londoño, el asesino de mi hijo, él dijo que lo había matado. Ese día que nos llamaron de la Fiscalía, nos pusieron frente a frente. Yo lo miraba y él me miraba, me dijo: ‘Señora, me da mucho dolor verla sufrir, yo estuve ese día mirando como lloraba a su hijo, usted adoraba a ese muchacho’.

Yo le dije ‘¿Por qué no iba a llorar? yo tenía que llorar’. En un momento me dijo que a mi hijo lo mataron inocentemente, pero a mí esa palabra no me sirve, yo no quiero escuchar que fue ‘inocentemente’, a mí me quitaron medio mundo.

Tiempo después me dijeron que Londoño estaba condenado, no sé si lo sentenciaron por la muerte de mi hijo o por otro de los crímenes que cometió. No he recibido información exacta. Tampoco he recibido ningún tipo de reparación.

La empresa en la que mi hijo trabajaba conmemora todos los años el aniversario de la muerte de Uriel y la de otros empleados que también mataron los paramilitares”.

*Testimonio recogido dentro del proyectoYo sobreviví, por RutasDelConflicto.com.

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