“¿Qué pasó con mi familia?”

      

Una mujer padeció en carne propia y ajena el conflicto del Bajo Putumayo. Se salvó de ser secuestrada cuando niña, sobrevivió a las masacres paramilitares pero mataron a varios de sus familiares y fue violada delante de su hijo.

ys putumayo 1“Una psiquiatra intentó enseñarme que no había hombres malos y que los supuestos hombres malos tenían conciencia. Pero yo no podía entender eso”. Foto: archivo Semana.

“Mi madre fue desaparecida y muerta presuntamente en La Hormiga, Putumayo, en los ochenta. Se dice que fueron las Farc y que también secuestraron a mi hermanita de 2 años.

Mi madre, una soltera de 24 años, me dejaba con una tía en una vereda que quedaba como a dos horas de donde ella trabajaba. Tengo entendido que los fines de semana me recogían y entre semana se iba con mi hermana pequeña. Un día no fue por mí y todo el mundo se quedó tranquilo porque pensaron que no le habían dado permiso en el trabajo. A los 15 días se dieron cuenta. Las palabras textuales de una tía fueron: “a su mamá la desaparecieron, posiblemente la mataron. O se mataría, quién sabe”.

De mi hermana no me dijeron nada sino años después. Al tiempo me fui y volvía a veces cuando ya tenía 14 años, para buscar la verdad de por qué desaparecieron a mi madre y para saber de mi hermana. La daba por muerta pero alguien me dijo que vivía en otro departamento porque se le había escapado a la guerrilla. Nos reencontramos en Cali cuando yo tenía 21 y ella 19.

Ese día me contó todo el calvario que tuvo que vivir para salir. A ella la secuestraron en La Hormiga cuando tenía 2 años y se voló a los 16, pero en esas mataron a una muchacha porque la confundieron con ella. Ese es el trauma con el que mi hermana no puede… Ella superó la violación, porque fue violada y maltratada, pero no ha podido superar saber que una persona murió por ella. Cuando salió de Putumayo, se cambió de identidad, se rapó la cabeza, adelgazó. Hasta ahora sigue escondida.

Al año de encontrarme con ella, conocí a mi actual esposo y quedé en embarazo. Decidí radicalmente volver a Putumayo pero ahí empezó mi odisea.

Cuando volví a la vereda en la que viví de niña, empecé a cuestionar a mi familia. Creo que fui muy dura con mis tías pues les decía que eran inservibles, que no les dolía la hermana. No entendía cómo todo se quedaba en un “se desapareció Fulana”, pero nunca se tomaron la molestia de hacer vueltas para sacar el cuerpo y verificar si era ella o no. Solo decían que estaba enterrada en una fosa del cementerio de La Hormiga.

En ese devenir de buscar a mi mamá, me relacioné mucho con una prima, a la que sentía como mi hermana. Me ayudó a investigar pero también vivió sus cosas difíciles. Se enamoró de un profesor caleño que venía a visitarla cada ocho días. Al tiempo, se casaron, tuvieron una hija y él se vino a vivir acá. Fue cuando llegaron las autodefensas a Putumayo e hicieron masacres terribles.

A él le empezaron a decir que tenía porte paramilitar, porque en ese entonces llegaron muchos paramilitares afrodescendientes y él era afro, alto y acuerpado. Por eso lo secuestró la guerrilla. Nos dimos a la tarea de averiguar qué había pasado con él. Nos metimos a la boca del lobo apreguntar y un miliciano nos contó, o le contó a ella porque yo no soportaba ver a esa gente, que él salió de Puerto Asís hacia Orito pero la guerrilla lo bajó en Planadas.

El miliciano dijo que lo habían amarrado y que lo torturaron para que aclarara que él sí era paramilitar. Él respondía que no. Lo golpearon, lo tuvieron todo un día amarrado. En vista de que no decía que era paramilitar, le arrancaron las uñas de las manos para que hablara, y nada. Le pusieron los pies sobre una piedra y con un martillo le daban en las uñas. Ya estaba agonizando y como no decía nada, le cortaron la lengua, le dispararon y lo metieron a una fosa común en Piñuña Negro (corregimiento de Puerto Leguízamo), que es una fosa grandísima a la que todavía no le han hecho exhumación.

Con todo eso, mi prima se acercó más a mí. Ella sufría mucho. Luego la amenazaron porque preguntaba allá y acá y para entonces eso estaba lleno de paramilitares. Entonces le tocó irse a Brasil a principios de 2000.

Yo me quedé buscando a mi mamá, con la gente que me empezaba a ayudar, como el sepulturero de La Hormiga. Yo le di las características de mi mamá y él me confirmó que estaba en la fosa común del cementerio de ese municipio. Me llevó y me señaló un árbol grandísimo. Contó que ahí metían a todas las personas que mataban. Un día de la madre, me compré 12 mil pesos en margaritas y rodeé de flores todas esas tumbitas que había al lado de la fosa.

En la boca del lobo

“Yo vine a buscar a mi madre y a las personas que conocía, la familia que me quería ayudar, se me fueron desapareciendo. ¡No más!”. Foto: archivo Semana.

A mis 27 años cometí un error, pero eso no justifica el acto que él hizo. Estaba mal y le pedí prestados 40 mil pesos a un comisionista de la guerrilla, que son los que le recogen mercancías. No se los pude devolver y le expliqué por qué. Él respondió que me los regalaba pues para él eso no era nada, porque trabajaba con cocaína. Al contrario, me dio 100 mil pesos más para que pudiera salir adelante. Ahí fue cuando cometí el error.

Él dijo que las cuentas se pagaban en efectivo o en especie. Y delante de mi hijo y sin que mi esposo estuviera, abusó de mí para cobrarse los 140 mil. No lo hizo una vez, sino varias y luego quedé en embarazo de esa violación. Me quería quitar la vida.  

En ese tiempo mi prima había llegado de Brasil porque supuestamente Puerto Asís estaba más calmado. Muchos de los que estaban allá eran desmovilizados pero entre comillas, porque seguían delinquiendo. Y mi prima ya tenía su roce con uno de esos tipos. Cuando tú estás en la boca del lobo, no puedes hablar ni con el uno, ni con el otro; mucho menos investigar o contar cosas. Entonces cuando la mataron. La mataron en la casa delante de la niña.

La hija salió a gritando “mami, mami” mientras temblaba. Mi prima le pegó un grito: “¡Éntrese! No me mire”. Cuando ella se entró, mi prima cayó al piso. Lo único que se sabe es que la mató un paramilitar.

A mí se me rebosó la taza. Empecé a retroceder mi historia. Mi mamá, mi hermana, las violaciones, el tiempo en el que no encontré a mi madre,los primos que mató Fulano porque creía que eran guerrilleros, o a Perencejo que lo reclutó la guerrilla por ser campesino. No sabía por qué pasaba todo eso. Yo vine a buscar a mi madre y a las personas que conocía, la familia que me quería ayudar, se me fueron desapareciendo. ¡No más!

Quería morirme y el asesinato de mi prima fue la gota. Una psiquiatra intentó enseñarme que no había hombres malos y que los supuestos hombres malos tenían conciencia. Pero yo no podía entender eso. Cómo puedo decir que un desgraciado tiene conciencia si desapareció a mi madre, si laceraron el cuerpo de mi prima, si mataron a una mujer creyendo que era mi hermana, si me violaron delante de mi hijo por 140 mil pesos…. Y lo peor, en la situación que estábamos, mi esposo se mete a las autodefensas.

Se metió de conductor cuando se dio cuenta que a mí me había violado ese señor. Luego, se acercó más y más a ellos hasta el punto que yo sabía cuándo iban a bombardear el tubo, a matar a Pepito o a masacrar a alguien supuestamente por sapo. Me daba cuenta dela agenda terrorista.

Ahí fue cuando mandaron a un nuevo comandante a patrullar la zona del Bajo Putumayo. Él había estado en Tumaco y Pasto. A medida que lo ascendían, los grupos cambiaban de nombre. Ya no eran paramilitares ni autodefensas, sino Rastrojos o todos los sobrenombres que han tenido.

Cuando llegó, nos tocó recibirlo porque él no conocía nada. Para mí era un infierno. Sabía que cuando él entró a comandar, el hombre que asesinó a mi prima estaba bajo su mando y lo mismo con otros que desaparecieron a seres queridos en mi vida.

En ese devenir con el comandante, me di cuenta que iban a asesinar a un muchacho humilde de un cabildo indígena. Todo porque se le atravesó y le arrió los madrazos sin saber quién era, porque nadie conocía al comandante. Me fui con mi esposo a intervenir por él y ahí empezó mi rol. Me le empecé a meter por el lado de la religión y me fui ganando su confianza. Le salvamos la vida a más de uno.

Luego, el Gaula lo capturó en una emboscada en Puerto Caicedo. En una de las visitas en la cárcel, le confesé que le daba gracias a Dios de que él estuviera preso. Le empecé a contar toda mi vida y a decirle todas las cosas malas que le deseaba. Me pidió que lo escuchara.

Cuando me contó su vida, me agarré a llorar parejo con él. Me preguntó que cuál era la diferencia entre su historia y la mía. Le respondí que eran casi iguales pero que yo no me había manchado las manos de sangre. Me pidió perdón. Le miré la cara y lo perdoné de corazón. El perdón es la experiencia de sentarse con el enemigo, preguntarle por qué dio la orden y escucharlo. Pero no justificándolo. Sino escuchando por qué llegó a hacer eso, por qué se convirtió en asesino. De ahí en adelante empecé a pensar en mi prima pero ya… hasta el sol de hoy lloro porque todavía hay cosas que no se han sanado. Pero ya no es con sed de venganza como antes. Solo quiero saber la verdad de qué pasó con mi familia”.

Yo sobreviví al conflicto es un proyecto de periodismo testimonial y participativo que le da continuidad a las Rutas del Conflicto, proyecto de Verdad Abierta y el Centro Nacional de Memoria Histórica, y que busca que las víctimas cuenten su propia historia sobre hechos poco visibles. Usted puede mandar su testimonio a Tu memoria cuenta www.rutasdelconflicto.com o al correo verdadabierta@gmail.com.

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