Cómo los huérfanos Rivas enterraron a sus muertos

      
Las Accu les arrebataron a sus padres y sólo la bondad de unas monjas les salvó la vida a los nueve hermanitos abandonados. Una década después aparecieron los cuerpos.


13 años después de la desaparición de su padre y de su hermano, los huérfanos Rivas recibieron sus restos.

Brunit tenía 10 años cuando un grupo armado llegó a su casa de la vereda Toribio Medio, en el municipio de Turbo. De manera respetuosa y fingiendo desconocer la zona, los hombres le pidieron el favor a su papá y a su hermano que los ayudaran a encontrar el camino de salida. Ambos, muy comedidamente, aceptaron y se fueron con ellos. Después de ese día no los volvieron a ver. Corría el año de 1996.

A través de una llamada realizada por la Fiscalía General de la Nación, Brunit hoy de 24 años, y sus ocho hermanos recibieron una noticia que los tomó por sorpresa: los cuerpos de su papá, Sebastián Rivas, y de su hermano Wiston, habían sido identificados y se los entregarían en Medellín.

El acto de entrega se realizó el 15 de octubre de 2009 en la sede la Fiscalía en Medellín. Además de los restos de la familia Rivas López, las autoridades judiciales entregaron los de 22 víctimas más, todos ellos asesinados por grupos paramilitares durante los últimos 15 años en diversas regiones de Antioquia.

“Nosotros vivíamos en una vereda llamada Toribio Medio. Éramos una familia numerosa, pero felices. Mi papá y mis hermanos mayores eran muy trabajadores y responsables”, le contó Brunit a Verdad Abierta durante la emotiva ceremonia.

Pero esa armonía se hizo añicos, ese día en que llegaron los hombres armados.  “No fueron violentos. Amablemente les dijeron a mi papá y a mi hermano que los ayudaran a buscar un camino porque no conocían la zona. Mi papá habló con ellos y les dijo que no había ningún problema y se fueron. Pero no regresaron ese día, ni tampoco al otro. No volvimos a saber de ellos”.

Sí se enteraron que había un grupo armado, las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), que habían comenzado a merodear en esos territorios del norte de Urabá. Dos años después, en 1998, varios hombres armados regresaron a la casa de los Rivas López.

“Volvieron por mi mamá, ella se llamaba Rosiris López”, explica Brunit, quien luego cuenta que ella era un mujer tranquila, que no tenía problemas con los vecinos y que luego de perder a su esposo y a su hijo mayor, se dedicó a criar a sus otros nueve hijos, todos ellos menores de edad.

“A ella la sacaron de forma violenta, se la querían llevar. Mi hermanito Arley, el menor de todos, tendría por lo menos tres años, se le aferró a la falda y uno de los tipos lo golpeó, de una patada lo devolvió a la casa”, dijo. Horas después encontraron los restos de su mamá, quien momentos después de la retención fue desmembrada por losparamilitares. “No fue una muerte digna”, recuerda con profunda tristeza.

Sin papá, sin mamá y sumidos en un profundo dolor, los nueve hijos sobrevivientes del matrimonio Rivas López abandonaron la finca donde vivían y en la cual tenían algo de ganado y sembradíos de arroz y maíz. Comenzaron a deambular por la vereda, de casa en casa, hasta que un tío los recogió y los ayudó por varios días, pero no tenía los recursos suficientes para sacarlos adelante.

“Fue en esa época cuando llegó la hermana Rosa Cadavid y comenzó a atendernos”, dice Jhonny, el hermano mayor de los sobrevivientes, quien hoy tiene 27 años y ve en la monja a una segunda madre, pues ella les tendió la mano y los ayudó a salir de la región. “Nos trajeron para Medellín”, agrega Brunit.

“En esa época yo estaba trabajando en Turbo con las Misioneras de la Madre Laura y acompañábamos a los campesinos. Fue así como me encontré con todos esos niños, nueve en total, viviendo en un ranchito, en condiciones infrahumanas, en una pobreza horrible y sumidos en el dolor”, le contó la hermana Rosa a Verdad Abierta.

Con el apoyo de la comunidad, inicialmente trasladaron los niños a Turbo y después de varios días los llevaron a una de las aldeas infantiles SOS en Rionegro. “Me recibieron las cinco niñas y los cuatro niños”, relata la monja. “Eran unos campesinos que no hablaban, no expresaban nada, donde uno los sentaba ahí se quedaban. Vivían en un profundo dolor”.

Brunit ya es madre de una niña de 8 meses, relató cómo, a medida que se fueron haciendo mayores de edad, cada uno organizó su vida. “Yo vivo con una tía en Turbo y con mi bebé”, dice. Su hermano Jhonny se casó y vive ahora en Santa Rosa de Osos con su esposa y trabaja en un almacén de productos agrícolas; otros tres más viven en Turbo; y los cuatro menores de edad aún permanecen en la Aldea SOS de Rionegro.

“Quien más nos preocupa es David, pues con todo lo que nos ha pasado tiene problemas mentales”, dice Jhonny, pues no sólo les inquieta su salud, sino las cuentas que tienen en el Hospital Mental de Bello por atención. “Allí debemos 600 mil pesos y hasta que no tengamos un certificado de desplazados, no nos cancelan esa deuda”.

Al final de la entrega de restos, Brunit dijo que todo esto le parecía como de mentiras. “Nunca pensé que mi papá y hermano aparecieran, pero ahora los podremos enterrar y sabremos dónde están”. Jhonny respira profundo y dice:  “La angustia acabó”.