Los niños perdidos de Viotá

      

Más de 60 casos de reclutamiento forzado están a punto de ser imputados a guerrilleros de los frentes 22 y 42 de las Farc. Así fue que se llevaron a varios niños a solo 80 kilómetros de Bogotá.

300viotHay varias decenas de niños perdidos en Viotá, Cundinamarca, que se presume hoy son combatientes adultos o están muertos. Fotomontaje VerdadAbierta.com

Hace tan solo unos días, un vecino se le acercó a Rosa* para decirle que tenía noticias de su hijo perdido. Le contó que una persona se había encontrado con el suyo -también perdido y quien había resultado herido en un combate con el Ejército- y éste le aseguró que había muerto. Se lo dijo sin preámbulos, agregando que murió desangrado, luego de haber perdido un brazo y una pierna.

Rosa vive en una vereda de Viotá, a solo 80 kilómetros de Bogotá y no había tenido noticias de su hijo desde que guerrilleros del frente 42 de las Farc se lo llevaron en 1998, cuando tenía 16 años. Él se dedicaba a las labores del campo como sus padres. Nunca había ido al colegio porque prefería ayudarlos en la pequeña finca que aún tienen pegada a la cordillera Oriental. Vivía entre cafetales y árboles de mandarina, y trabajaba en parcelas cercanas donde lo empleaban para recoger café o plátano, los principales cultivos que se dan en el piedemonte cundinamarqués. Hasta que las Farc se lo llevaron.

La historia Rosa se repite en muchas familias de Viotá, a quienes la vida les cambió desde que a estaregión. ubicada en las faldas de Bogotá, llegó la guerrilla a finales de la década de los ochenta. Lo hicieron de manera silenciosa, como recuerda Carmen*, una líder liberal de la región que fue testigo de cómo reclutaban a sus vecinos y asesinaban a dirigentes que se resistieron. Uno de ellos fue Alfonso Cante, alcalde popular de Viotá, quien días antes de su muerte, en enero de 1995, había denunciado que las Farc habían matado a por lo menos 60 liberales.

Al principio, la guerrilla no bajaba al pueblo porque le temía a una pequeña estación de policía, que no era más que un grupo conformado por un subteniente y tres agentes. “Jamás venían uniformados, no sabíamos quiénes eran”, dice Pedro*, un comerciante. Lo que sabían era que había entre 30 o 40 hombres al mando de Bernardo Mosquera Machado, conocido con el alias de ‘El Negro Antonio’. También, que se refugiaban en un campamento en el Alto Ceilán o Alto Palmar, un páramo más allá de Puerto Brasil, vereda que algunos aseguran era de dominio del partido comunista, el cual rivalizaba con los liberales que por tradición habían gobernado la región.

Así, en la medida en que la guerrilla fue ganando terreno, empezó a cercar a Viotá y sus habitantes. La primera acción militar ocurrió en 1992, cuando varios guerrilleros emboscaron a los policías del pueblo, a quienes engañaron con la falsa alarma de un robo. Ese día asesinaron al comandante y dejaron heridos a los agentes y desde entonces, con la ayuda de milicianos, empezaron a imponer sus reglas. “A la gente la obligaban a cerrar sus negocios antes de la 4 de la tarde y los campesinos comenzaron a salir (desplazados) de sus fincas”, explica Carmen.

“El Negro Antonio era el único que bajaba uniformado y la gente le empezó a decir ‘el patrón'”, cuenta otra persona del pueblo. Las reglas eran elementales: no permitían riñas, drogas ni borrachos. Tampoco fiestas ni peleas. A los comerciantes le tenían vetado vender cerveza Águila o gaseosas Postobón.

Si los guerrilleros necesitaban comida o medicamentos se metían a la brava a los negocios y sacaban mercados y medicinas. Incluso, si tenían heridos buscaban a los que supieran curar, bien fuera médicos o enfermeros, y se los llevaban a sus campamentos en donde eran obligados a prestar atención a sus combatientes.

Cuando ya estaban arraigados, los jefes guerrilleros decidieron que el pueblo tenía que guardarles las espaldas y empezaron a reclutar a los jóvenes. Una profesora que pidió el anonimato recuerda que a los muchachos los obligaban a prestar guardia en las entradas de Viotá, en donde tenían que estar alertas a la llegada del Ejército. “Si veían un movimiento extraño tenían que echar un volador”, explica la maestra. Al final, esto provocó que muchas familias salieran desplazadas por temor a terminar en medio del fuego cruzado.

A finales de los noventa, ya con total dominio sobre Viotá, ‘El Negro Antonio’ dio la orden a varios de sus hombres, entre ellos a Israel Flórez, alias ‘Chicharrón’, y a Jairo Silva, José Santos y Pedro Lombana, de que tenían que hacer crecer la organización. Según se ha conocido en varias versiones de desmovilizados de los frentes 42 y 22 ante fiscales de la Unidad de Justicia y Paz, había varias formas de reclutar a los jóvenes.

Los milicianos hacían la primera parte del trabajo sucio: abordaban a los muchachos en las calles y les mostraban el supuesto estilo de vida que tendrían en la guerrilla, que incluía motos y armas; a otros les decían que iban a recibir sueldo y comida, y que podían volver a sus casas cuando quisieran.

Poco a poco fue haciéndose costumbre que los padres tenían que ir al campamento de ‘El Negro Antonio’ a presentar a sus hijos cuando se graduaban de bachilleres. Así le ocurrió a Germán*, un pequeño ganadero de la región, quien días antes de que sus dos hijos de 17 y 16 años terminaran su bachillerato en un colegio veredal, le imploró al temible guerrillero,conocido por ser el autor de más de un centenar de secuestros, que no se los llevara. ‘Antonio’ le respondió que no lo haría con la única condición de que no los enlistara en el Ejército. Esta situación se repitió una y otra vez, con un dilema adicional, ya que para los muchachos era indispensable tener la libreta militar porque sin ella era imposible conseguir trabajo.

Así empezó un éxodo de padres y jóvenes hacia Bogotá y otros municipios cercanos. Otros no contaron con suerte y cada vez que los frentes 22 y 42 necesitaban más hombres arremetían a ‘pescar’ jóvenes en las veredas, sin darles ni siquiera tiempo de despedirse. Sencillamente, desaparecían. “Se empezó a acuñar la leyenda de que todos en Viotá eran guerrilleros”, dice una maestra de una de las 18 escuelas veredales quetambién pidió el anonimato. “Cuando los muchachos desaparecían, los papás no se atrevían a decir nada. ‘Se fueron para Bogotá’, era la mejor respuesta”, agrega.

Algunos padres valientes intentaron pedir explicaciones a los guerrilleros por las desapariciones de sus hijos, pero estos siempre les negaron que los habían reclutado. Así le ocurrió a Rosa, quien recibió una amenaza a cambio, luego de que se enterara que su hijo estaba vivo, pero que no podía fugarse porque su familia pagaría las consecuencias.

Es que nadie se salvaba si le ponían el ojo encima. Beatriz*, quien en 1998 tenía 22 años y trabajaba en una droguería de Viotá se suma a la larga lista. A ella, un miliciano le empezó a coquetear hasta que se ennoviaron. “Me preguntaron si quería ganarme un millón de pesos mensuales”, cuenta esta mujer que hoy tiene 33 y que duró siete como guerrillera. Lo único que tenía que hacer era estar pendiente de la entrada de personas extrañas a la región.

Ella terminó accediendo, lo mismo que otra amiga. “Nos subieron a un campamento en La Esperanza, en donde estaba ‘El Negro Antonio’. Allí nos embolataron, mi novio desapareció inmediatamente. Lloramos varios días hasta que nos embarcaron en un carro a San Juan de Rioseco (Cundinamarca)”. Beatriz cuenta que las llevaron a un campamento de entrenamiento en donde les preguntaron por cada uno de los miembros de sus familias y les entregaron un uniforme militar. Allí estuvo por tres meses y en ese sitio se encontró con otros viotunos. Ella reconoce que en esas escuelas de las Farc también había niños.

Hoy, cuando ha pasado más de 15 años de varias desapariciones de menores de edad en Viotá y sus alrededores, sus familiares han empezado a tener el valor de denunciar que fueron reclutados por las Farc. Otros han seguido en el silencio porque aún creen que la guerrilla está cerca. La Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía se encuentra a punto de imputar 60 casos a José Luis Calvo Pabón, alias ‘Tatareto’ del frente 22; a Luis Carlos Chaparro Uribe, alias ‘Arcesio’, del frente 42; y a Gustavo Laso Céspedes, alias ‘El Gato’, del frente Reynaldo Cuéllar, quienes han aceptado haberse llevado a adolescentes de municipios como Tocaima, La Mesa, La Palma, Caparrapí, Silvania, Fusagasuga y Viotá, entre otros. Pero faltan mucho más.

Aunque ‘El Negro Antonio’ fue capturado en febrero de 2009, paga cárcel por otros delitos diferentes al reclutamiento forzado y no ha querido acogerse a Justicia y Paz.

* Todos los nombres fueron cambiados por petición de los entrevistados.