Francia Márquez ganó esta semana el Premio Nacional a los Defensores de Derechos Humanos. Es de Yolombó, Cauca, pero vive en arriendo a varios kilómetros de distancia. Desde los 16 años de edad defiende los derechos de su comunidad. Está amenazada de muerte por defender a un río y a la gente que vive a su alrededor.

Hay un video de 2013 en Youtube donde aparece Francia vestida de turbante con los colores jamaiquinos y una bufanda blanca. Se le ve tranquila, pero enérgica. Está dando un discurso ante lo que se supone es un auditorio de habla inglesa. Otra mujer traduce lo que dice. Habla de defensa del territorio, de comunidades afro, de minería ilegal, de amenazas. Salvo la traductora, nadie más la interrumpe durante la media hora que dura el video.

Hay una carta que circula en internet desde comienzos de este año firmada por Francia. Se titula: “Situación que carcome mis entrañas”. Son 3 páginas escritas, parece, con el corazón en la mano. Sin rabia, pero con frustración: “Tal vez por eso nos persiguen, porque queremos una vida de autonomía y no una de dependencia, una vida donde no nos toque mendigar, ni ser víctimas”. La carta estaba dirigida a sus vecinos de calle, de pueblo, de departamento, a la gente que trabaja en el Gobierno y que le ha tirado la puerta en la cara. A los empresarios. A todos nosotros. Nadie ha respondido la carta.

Francia recibió esta semana en Bogotá uno de los premios que entrega anualmente -desde 2012-, Diakonia, una organización de origen sueco a los defensores de derechos humanos en Colombia. Catorce jurados, entre colombianos y extranjeros, fueron los encargados de decidir el ganador de cada categoría. Francia obtuvo el de “Defensor del Año”. El miércoles fue la ceremonia en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y, luego, la agenda incluía visitas a organismos internacionales, instituciones del Gobierno, fiscales, embajadores y medios de comunicación.

Tenía motivos para estar feliz, pero no se esforzó por aparentarlo. Sus dos hijos se habían quedado en casa sin protección porque los guardaespaldas (tiene medidas de seguridad desde el año pasado) viajaron con ella a Bogotá.

Francia contesta estas preguntas con el teléfono celular apretado entre las dos manos.

VerdadAbierta.com: ¿Por qué tan preocupada?

Francia Márquez: Mis hijos están solos y eso me da miedo.

V.A.: ¿Están amenazados?

F.M.: Somos objetivos militares. No soy solo yo la amenazada. Imagínese, si les hacen algo a ellos es como si me lo hicieran a mi.

V.A.: ¿Por qué la amenazaron?

F.M.: Yo soy miembro de una comunidad que se llama La Toma, en el norte del Cauca, y, desde 1996, nos han querido violar nuestros derechos. Primero, fueron las empresas hidroeléctricas que querían desviar el río Ovejas y, ahora, las mineras, que lo están contaminando… y como siempre he defendido al río, a mi gente y he luchado por la autonomía comunitaria entonces me amenazaron. Pero no soy la única, somos varios los que nos hemos desplazado. Son quince amenazas en total.

V.A.: ¿Quién los está amenazando?

F.M.: Los grupos armados. Las personas interesadas en nuestros territorios. Ya tenemos un antecedente muy grave que muchos conocen, la masacre del Naya. Somos ricos en oro y desde mis ancestros a eso es a lo que nos hemos dedicado, a la minería artesanal. Ya no lo podemos hacer. Ni siquiera pescar porque las aguas están contaminadas con mercurio. Yo me tuve que desplazar pero cuando vivía allá podía hasta cultivar el pancoger; ahora me cuentan que donde yo hacía eso, ya está lleno de maleza. Está abandonado.

premio defensores ddhh 2Francia Márquezcon el resto de ganadores. Foto: cortesía Centro Nacional de Memoria Histórica.

V.A.: ¿Y dónde vive hoy?

F.M.: No le puedo decir.

V.A.: En la carta que usted escribió y que está publicada en internet, se pregunta si las comunidades afro realmente le importan a este país…

F.M.: No solo los afro. Los indígenas y los campesinos somos poblaciones olvidadas e históricamente golpeadas. Nuestro trabajo siempre ha sido para enriquecer a unos pocos. La minería es el mejor ejemplo: llegan esas multinacionales dando regalitos a las comunidades y dinero a los políticos, pero no nos dejan nada comparado lo que se llevan. Siempre ha sido lo mismo y el Gobierno no hace nada para evitarlo.

V.A.: ¿Qué tan afectada está hoy su comunidad?

F.M.: Muchos estamos desplazados, otros están aguantando necesidades y lo más grave: nos están dividiendo porque algunos de nosotros, con hambre, se han dejado seducir por las ofertas de las grandes multinacionales y al resto nos ven como un obstáculo para el progreso. Pero no es solo un problema de Yolombó. Si usted le pregunta hoy a la Gobernación, le van a decir que hay más de 2 mil retroexcavadoras buscando oro en todo Cauca. Es un problema de muchos pero parece no importarle a nadie.

V.A.: ¿Pero tener a la propia comunidad en contra no la hace sentir frustrada?

F.M.: Mucho. Mire: por un lado, el Gobierno y la justicia no hacen más que dar largas y engañarnos frente a nuestros reclamos. Y, por otro lado, lo que usted dice, hay sectores de mi comunidad que no me creen o que piensan que estoy impidiendo el progreso. Otros están esperando resultados pero lo que ven es más y más minería. Yo los entiendo.

V.A.: ¿En qué está el proceso jurídico hoy?

F.M.: Es difícil. Hubo un  incumplimiento de la sentencia de la Corte (la T-1045A de 2010) que exige a las autoridades suspender la actividad minera en ese territorio ancestral. La corte emitió esta sentencia porque reconoció que a nosotros, como comunidad afro, no nos hicieron una consulta previa sobre los planes mineros que tenían en nuestros territorios. Es como si alguien entra a tu casa sin pedir permiso y empieza a comer de tu comida. Todo eso se ha incumplido. Siguen explotando esa zona del norte del Cauca pero yo no voy a dejar de luchar.

V.A.: ¿Esa fue la razón por la cual usted marchó a finales del año pasado hasta Bogotá?

F.M.: Sí. Yo arranqué con quince mujeres desde mi comunidad y llegamos a Bogotá más de cien. Se nos fueron uniendo más y más mujeres y jóvenes de otras partes que sufren las mismas violaciones a sus derechos. Esa marcha sirvió para visivilizar el tema a nivel nacional porque parecía que nadie se daba por enterado.

V.A.: ¿El premio también ayuda?

F.M.: Claro. Yo tengo un sentimiento agridulce. Siento felicidad porque esto permite que se conozca lo que está sucediendo en esa zona, pero me preocupan mis hijos, me preocupa que nada se resuelva y llevo la mitad de mi vida dedicada a esto. Me preocupa que yo no pueda volver a mi tierra. ¿Y sabe lo que es peor? De nada sirve que a mi me maten. Los mártires en este país se olvidan de un día para otro.

V.A.: ¿Qué es lo que más extraña de Yolombó?

F.M.: El río. Yo defiendo al río porque es la vida de todos nosotros. El río lo es todo.