La espera de los Zuluaga

      
Hace 8 años, Edilberto Zuluaga* salió a Santa Fe de Antioquia a tomar unas fotos. Todas las semanas este fotógrafo y comerciante viajaba al noroccidente de Antioquia a ganarse la vida, pero un día de agosto no volvió más. Dione Patiño cuenta la historia de cómo su familia lo esperó, lo buscó y ahora trata de conocer la verdad sobre su desaparición a manos de grupos paramilitares en Antioquia.


“-El Señor esté con ustedes…

 

-Y con tu espíritu…

-Levantemos el Corazón…”

Los Zuluaga no han tenido descanso desde que su padre desapareció a manos del bloque Cacique Nutibara. Foto Semana.

Un domingo soleado de agosto de 2000, después del redoble de las campanas, la familia Zuluaga (Miguel, Ana yClaudia*) y su madre(Susana), esperaban ansiosos la llegada de su esposo y padre a la iglesia del barrio 20 de julio, ubicado en la comuna 13 de Medellín. Edilberto, de 72 años, salía todos los lunes a un recorrido de una semana por el municipio de Santa Fe de Antioquia, donde se desempeñaba como fotógrafo y comerciante. Ese domingo llegaría a cumplir con un ritual familiar.

Aún en la parte final de los oficios religiosos Edilberto no aparecía. Las miradas hacia la puerta de entrada del templo por parte de sus hijos y las miradas de su esposa a cada uno de los peregrinos, mostraban la inquietud de la familia por su retraso, ya que nunca había faltado a este ritual familiar dominical.

Después de 8 años y 3 meses de la desaparición de su padre, Miguel Zuluaga y su familia aun continúan esperándolo. Una esperanza que ha dejado huellas profundas porque les desintegró su núcleo familiar. “Aquí se perdió la comunicación entre nosotros, porque mi mama tuvo que salir a trabajar todo el día y no nos pudo atender”, explica Miguel.

La familia Zuluaga, como todos los andariegos paisas, iban de barrio en barrio en Medellín, y llegaron a la comuna 13 huyendole a la violencia de Ciudad Bolívar, también en busca de mejores condiciones de vida.

La desaparición de Edilberto podría contarse como una más de las miles de historias de víctimas que acontecen día a día en esta convulsionada zona de Medellín.

Esta comuna, la 13, está ubicada al noroccidente de Medellín, en donde habitan más de 130 mil habitantes distribuidos en 20 barrios (El Pesebre, Blanquizal, Santa Rosa de Lima, Los Alcázares, Metropolitano, La Pradera, Juan XXIII, La Quiebra, San Javier, Veinte de Julio, Belencito, Betania, El Corazón, La Independencia, Nuevos Conquistadores, El Salado, Eduardo Santos, Antonio Nariño, El Socorro y La Gabriela).

Miguel* es el hijo mayor de la familia Zuluaga y víctima del conflicto armado. A la par que su familia padecía el rigor de la desaparición de su padre, también fueron testigos cómo la comuna 13 se convirtió en un campo de guerra.

“En ese mismo instante otros jóvenes provenientes de los barrios la Independencia y El Salado se empezaron a armar para liberarnos de aquellos que también nos querían liberar”. Este enfrentamiento trajo para los habitantes de esta zona de Medellín sentimientos de terror, masacres, desaparicionesy desplazamientos.

Solo en la comuna 13 se habla de 997 desaparecidos. Uno de ellos era Edilberto.

La comuna 13 fue el resultado de familias provenientes de diferentes zonas del país, muchas de ellas del Chocó, el 40% de esta comuna es población Afro descendiente. También de otros sectores de la ciudad ó desplazadas por la violencia de departamentos que empezaron a construir ranchos en materiales como el zinc o el cartón sin ninguna clase de servicios básicos.

Pero así cómo llegaron huyendo de la violencia, en esta comuna se encontraron con ella. A la 13, llegaron Familias, como los Zuluaga, conformadas por un promedio de cinco personas, en busca de oportunidades que no tenían en sus municipios de origen, o familias campesinas que dejaron sus parcelas huyendo del conflicto armado para encontrarse de frente con el monstruo de la guerra en la selva de cemento, empezaron a acelerar el crecimiento de esta comuna.

“Edilberto de Jesús Zuluaga, mi padre- cuenta Miguel su hijo mayor-, fue desaparecido por el grupo paramilitar Cacique Nutibara en el 2000. Su pecado fue vestir bien, ese fue su eterno pecado. Con el dinero de sus cesantías se compró dos cámaras fotográficas y con ellas salió a tomar una fotos a Santa fe de Antioquia y nunca regresó”.

Durante los ocho años de desaparición de Edilberto, esta familia ha sufrido el rigor de la tramitología y la falta de apoyo institucional a las víctimas.

“Mi familia es una victima sin verdad, sin justicia y sin reparación. Desde que mi papa desapareció hicimos las denuncias respectivas en una mesa redonda con unas sillas espectaculares y te ponen cara de pesar, te preguntan hasta de que te vas a morir y déjeme la foto. Le dan a uno un documento donde certifica la desaparición y de ahí en adelante mi padre se convirtió en un código más. Yo quiero ahora que me entregue por lo menos el cuerpo de mi padre, para por lo menos hacer un proceso de muerte por desaparecimiento para poder tener por lo menos la pensión.Medellín es la segunda ciudad con mayor recepción de población desplazada en el país. Según estadísticas de la Personería. Para el 2005 se registraron 86.461 personas desplazadas.

“Cuando se va la luz, se va la esperanza”

Con la llegada de los grupos paramilitares a la comuna 13 llegó también la oscuridad para los Zuluaga. Su padre era la luz y el sustento, “y cuando a él lo desapareció el grupo Cacique Nutibara por quitarle el dinero que tenia, con el único afán de comprar armas para alimentar la guerra”, le llegó la oscuridad y con ella la desesperanza a todo el núcleo familiar.

“Hoy por ejemplo mi casa es solo tinieblas, pues no hemos conseguido con que pagarle a empresas públicas la luz y el agua. Desde hace 3 años, yo he tenido que trabajar para solventar a mi familia. Que a uno le toque ser padre a los 15 años es muy berraco”, agregó Miguel.

Miguel Zuluaga hijo se inicio trabajando como ayudante de albañilería, “en este trabajo solo pagan por día de trabajo, es decir no siempre hay trabajo, ni seguridad social, ni salud y mucho menos derecho a primas o vacaciones. Además un acido acabo con todas las uñas de mis dedos. Ahora, las muchachas ni me voltean a ver, todo por culpa de la guerra y la impunidad. Este dolor nos ha llegado hasta la piel incluso mi hermana menor ha perdido las huellas digitales debido a una dermatitis causada por la ausencia de nuestro padre”.

Después de la desaparición de Edilberto, los proyectos se fueron diluyendo.

“Con mucho esfuerzo alcance a llagar a segundo semestre de artes plásticas y me toco salirme, para empezar atrabajar porque ya era yo el hombre de la casa”. De otro lado la esperanza de una búsqueda infructuosa, para por lo menos darle tranquilidad a su madre, que todavía lo espera en la misa de los domingos.

Sus ojos se llenan de lagrimas al aceptar que su padre nunca regresará y destilan rabia al contar como “para las personas que nos han hecho daño no hay ley. Mientras un padre esta en el centro vendiendo y huyéndole a los de espacio Publio, para los reinsertados a pesar de todas las victimas que han dejado, el gobierno les da $500.000 además de afiliación a una Eps creada por el gobierno y que no es el Sisben”.

Víctimas sin justicia

En la casa de Miguel Zuluaga sólo hay oscuridad, tinieblas físicas que se confunden con el dolor del alma y la penumbra de la espera de una justicia que nunca llegara para las víctimas de los grupo armados.

La familia Zuluaga lleva más de un año haciendo los tramites para la pensión de su padre, pero la tramitología y el dolor que llega cada vez que hay que contarle la historia a muchos funcionarios de la alcaldía, han debilitado las fuerzas de esta familia victima de los paramilitares. “Se hicieron las denuncias respectivas en una mesa redonda con sillas espectaculares y te ponen cara de pesar. Te preguntan hasta de que te vas a morir y después dicen: déjenme la foto y hay vamos hablando”.

“Después te dan un documento donde certifica la desaparición y de ahí en adelante mi papá se convirtió en un número más”.

“Lo que nosotros necesitamos es justicia y verdad. Que nos escuchen cuando denunciamos, sin obligarnos a pertenecer a la red de cooperantes. Yo quería denunciar los abusos sexuales contra las mujeres, abusos de poder y me proponen ponerme un pasamontañas y venir a denunciar. Me ofrecían un traje militar para que no me reconocieran. Yo debía dar dedo”. Nos cuenta Miguel mientras nos narra la violación de los derechos humanos en la comuna 13 por parte de las milicias urbanas.

Lo que la familia Zuluaga necesita es que les devuelvan la dignidad que este grupo paramilitar les ha arrebatado y con ella la felicidad de ver, sentir a su lado a un papá que siempre los cogía de la mano para llevarlos a la santa misa todos los domingos a las 10 de la mañana. Hoy doña Susana de Zuluaga a sus 60 años se arrodilla para seguir pidiendo justicia. Una Justicia que para Miguel solo estará en la ley de dios.

“Podéis ir en paz…

-Demos gracias a dios…

* Todos los nombres cambiados por seguridad de las víctimas