Los ’15’ que resistieron a los ‘paras’ en Tolúviejo

      
Esta es la historia de Edilberto Hincer y 14 campesinos más que decidieron  resistir con su trabajo el asedio de todos los grupos armados, que durante más de un década convirtieron a los Montes de María, en el Caribe colombiano, en una de las zonas de guerra más sangrientas del país. Hoy sacan orgullosos su primeras cosechas.

Edilberto y sus compañeros aprendieron a sobrevivir en medio de la guerra en los Montes de María. Foto Julián Lineros.

Por Elizabeth Reyes 

Edilberto Hincer, un campesino de 57 años que nació en los límites de Bolívar y Magdalena, es desplazado por la violencia en los Montes de María, que está a la espera de la promesa del presidente Juan Manuel Santos de devolverle a los campesinos desplazados en el país más de 2 millones de hectáreas usurpadas por los violentos. En extensión, es el equivalente a todo el departamento de Bolívar.

Si la iniciativa de la Ley de Tierras prospera en el Congreso, el terreno que Edilberto perdió hace 11 años en Zambrano, al oriente de la región de los Montes de María, podría volver a sus manos, aunque él sabe que esas tierras ahora son puro monte y que sus fuerzas ya no alcanzan para avivar estas tierras.

Por eso confiesa que aunque el presidente Santos cumpla su promesa, es muy posible que él no regrese. La huella de horror que quedó impresa el 16 de agosto de 1999 en Capaca, un corregimiento de Zambrano muy cerca al lugar donde Edilberto tenía 12 hectáreas sembradas de yuca, maíz y ají, es imborrable. Esa noche, los paramilitares masacraron a 12 campesinos y desaparecieron a tres más. Édilberto escuchó la balacera.

Fue la estocada final de un recorrido de muerte que durante muchos días, protagonizaron hombres encapuchados que se movilizaban en dos carros comandados por Sergio Ávila, alias ‘Caracortada’, hombre de confianza del ex jefe paramilitar Salvatore Mancuso.

Días antes, Edilberto había logrado sacar de la región a su familia luego que asesinaran a su mejor amigo. Pero con lo que ocurrió en Capaca, no aguantó más. Pasó, oficialmente, a ser parte de los 7 mil desplazados por la violencia en Zambrano.

Pero hay algo más. El despojo lo marcó tan amargamente que se prometió a sí mismo no volver a dejarse quitar lo suyo. Lo mismo hicieron 14 hombres más a los que el desarraigo juntaría meses después.

Aprender a resistir


Casa Nueva. Así se llama la finca de ocho hectáreas que hoy está a nombre de Edilberto Hincer, en los Montes de María. Foto Julián Lineros

“Cada calzoncillo tenía tres nudos echados”, dice Pablo Beltrán, cuñado de Edilberto, intentando describir la pobreza en que cayeron sus familiares cuando los recibió en Sincelejo, luego de la masacre en Capaca.

“Tanta miseria daba vergüenza”, dice Edilberto acurrucado al lado de Pablo, mientras ensartan hojas de tabaco en una vara.

El caney donde acomodan con paciencia las hojas está cerca a Las Piedras, un corregimiento de Toluviejo, en pleno corazón de los Montes de María, a 4 horas de Cartagena y a sólo una hora de Sincelejo.

A las ocho de la mañana el sol ya aviva la hectárea que Edilberto tiene sembrada con tabaco. Parece que fue hace mucho tiempo cuando llegó a Sincelejo con su esposa y seis hijos huyendo de la violencia con 40 mil pesos en el bolsillo. Y en esas andaban, malviviendo en la ciudad, cuando se enteraron de un proyecto de tierras para desplazados liderado por el gobierno del presidente Andrés Pastrana y financiado por países amigos.

El asunto parecía favorable. Ellos –campesinos desplazados- podían elegir la tierra y luego esperar a que el negocio se concretara. Eran los primeros meses de 2001 y las masacres en los Montes de María ya pasaban de 100. Sin embargo, 15 hombres entre los que estaba Edilberto, decidieron echar monte adentro, internarse cada vez más en el corazón de esta convulsionada región. Parecía una locura porque entonces el área era una de las más violentas del país.

“No importaba el riesgo”, dice Edilberto. Los 15 sabían que durante aquellos días de fuego toda la zona era centro de operaciones del Bloque Caribe de las Farc, también del Eln y finalmente de grupos paramilitares, que ahora se desquitaban con sevicia de la población. Pero también sabían que la región es una de las más fértiles del país. Así que buscando y preguntando dieron con Villa María, una finca de 66 hectáreas que el dueño vendió apurado por huir de la violencia.

Ganó la confianza
Creer en el otro fue fundamental, porque hasta ese momento, entre los 15 hombres ninguno se conocía. Edilberto era el que venía del caserío más lejano. Los otros habían sido expulsados de Córdoba, Macayepo, El Salado y Ovejas, todos corregimientos de Bolívar donde los grupos ilegales iban escribiendo sus historias de horror. Su caso era una paradoja: Mientras miles de campesinos huían hacia Sincelejo, ellos caminaban esperanzados hacia el campo. Se reunieron y conformaron una empresa comunitaria a la que bautizaron ‘Los 15’. Además acordaron que para no arriesgar la vida de sus familias, cada semana viajarían solos hasta el municipio de Toluviejo, donde se encontraba la finca.

Antes de sus primeros viajes, a pocos kilómetros de Villa María, seis personas habían sido asesinadas por 40 hombres de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, en una cancha de tejo de Las Piedras, el pueblo más cercano, y dos más en sus viviendas.

“Nadie circulaba por ahí. No había ni una mata buena. Sólo nos encontrábamos con el Ejército y ese era otro problema. Cada uno de nosotros sólo podía llevar una o dos libras de arroz para toda la semana, de lo contrario, pensaban que llevábamos comida para los grupos ilegales”, recuerda Edilberto.

Pero además de los ‘paras’, que en esa zona comandaba Rodrigo Antonio Mercado Pelufo, alias ‘Cadena’, hacía presencia el frente 35 de las Farc. Así que cuando no era el acoso de unos, era el de los otros. Los 15 vivían juntos en una casa de material y teja de zinc que quedaba dentro de la finca, y cuenta el cuñado de Edilberto que lo hacían porque pensaban que era mejor morir juntos, masacrados, que escuchar tiros aislados.

Los paramilitares se presentaban a las 3 o 4 de la mañana. Los sacaban y los ponían en fila, les pedían sus cédulas, los regañaban, los insultaban. Luego, dice Edilberto, se oía el plomo. “Tarratatataaaa. Rezábamos para que llegara el sábado y poder ir a Sincelejo, pero el lunes regresábamos. Hacíamos como el burro, que lo asusta el tigre y vuelve a ver qué fue lo que lo asustó”.

Ahora se sabe que entre 2003 y 2004 ocurrieron en los Montes de María el mayor número de combates en el país. Por eso, el grupo de ‘Los 15’ quedó reducido a nueve. Los otros seis se marcharon poco a poco porque no aguantaron las visitas de los grupos ilegales. Solo en Toluviejo, según cifras oficiales, entre 1990 y marzo de 2010 se han registrado 32 masacres.

Los que fueron quedando, resistieron juntos durante 8 años en la vieja casa con techo de zinc, que hoy todavía existe, mientras sus familias continuaron en Sincelejo. Primero sembraron 20 hectáreas de ñame, y luego, yuca industrial. Cuando inició el proceso de desmovilización en 2005, los carros y las motos empezaron a circular por esas trochas abandonadas y ya no tuvieron que caminar los ocho kilómetros que separaban a Toluviejo de Villa María. Además, llegó el tabaco.

Hoy, Edilberto afirma que valió la pena el aguante. “Aquí no he superado lo que tenía en Zambrano, pero voy mejor que estando en la ciudad”. Él es uno de los 300 agricultores que vive en los Montes de María, a los que Coltabaco compra parte de la producción. La empresa además ofrece financiación en efectivo para iniciar el cultivo, suministra los insumos y da asistencia técnica de manera gratuita.

En 2008, finalmente, la familia de este campesino desplazado pudo mudarse a la tierra que con tantas agallas peleó, cuidó y cultivó. Lo mismo ocurrió con sus otros ocho compañeros, luego de dividirse la tierra por partes iguales. Dos de ellos, también se dedican a cultivar tabaco.

Según cifras del Ministerio de Agricultura, solo el 17 por ciento de los campesinos despojados en Colombia tienen títulos de propiedad a su nombre. Edilberto hoy tiene su título pero le costó ocho años de resistencia. Ahora, lo que él sí espera, es que Santos cumpla con aquello de convertir “a cada campesino en un próspero Juan Valdez”.

Publicado en la revista Gente