“La cárcel no garantiza que haya justicia”

      
Jhon Paul Lederach habla sobre la capacidad transformadora de un acuerdo de paz, si se negocia con detalle, y se implementa con profundidad. Es optimista con la negociación de La Habana.

lederachJohn Paul Lederach, experto en procesos de paz. Foto: archivo Semana.

John Paul Lederach ha pasado casi toda su vida estudiando los procesos de paz. Desde la Universidad de Notre Dame, en Indiana, Estados Unidos, ha construido una matriz sobre acuerdos globales (Map) que le ha permitido estudiar más de 600 procesos de paz, y hacerle seguimiento comparado a 34 acuerdos durante su implementación, y en algunos casos como el de Nepal, con una participación activa en terreno. Desde hace muchos años ha estado vinculado a la  construcción de paz en Colombia, especialmente con comunidades campesinas del Magdalena Medio y los Montes de María. Actualmente es una de las voces más respetadas anivel internacional por el rigor de sus investigaciones. Su libro La imaginaciónmoral es considerado una biblia sobre la reconciliación.

Verdad Abierta: Usted ha sido testigo de varios procesos de paz fallidos en Colombia ¿Esta vez será la vencida?

John Paul Lederach: Creo que esta vez hay un esfuerzo muy serio. Hubo un tiempo de preparación y una agenda que no lo abarca todo, sino los temas más estratégicos. Las partes han tenido capacidad de sostener el diálogo a pesar de los problemas que hay fuera de la mesa. De otro lado, yo nunca había visto una participación tan directa de las víctimas. Además la frase que tomaron de Irlanda del Norte, de que nada está acordado hasta que todo este acordado, les ha permitido trabajar a fondo. Quienes estudiamos procesos de paz sabemos que lo que importan es el paquete completo de los acuerdos y no los temas aislados. Sin embargo, me preocupa que todavía hay imaginarios diferentes sobre cuál va a ser el final.

VA: ¿Va demasiado lento este proceso?

L: No necesariamente. Pocos países que tienen conflictos de más de medio siglo como Colombia, quizá Sudán y Maynmar. En Nepal la guerra propiamente duró diez años, y  en Irlanda 32. Que se estén tomando tiempo es un signo de seriedad. Los estudios que hemos hecho de 34 acuerdos de paz nos dicen que la calidad de la implementación es mayor cuando se han tocado los temas estratégicos, cuando se acuerdan con mayor detalle los procedimientos, y hay mayor participación de la sociedad civil. Y todo eso toma tiempo. No es la firma sino la calidad de la implementación la que puede cambiar los patrones históricos de violencia.

VA: ¿Se están creando demasiadas expectativas con los cambios que puede traer un acuerdo?

L: Nosotros hemos comparado casos o países donde hubo victoria militar como Sri Lanka, con otros donde hubo acuerdos de paz fallidos como Liberia, y otros que funcionarios bien, y encontramos por ejemplo que la cifra de mortalidad infantil mejoró donde hubo acuerdos duraderos, más que en lugares donde hubo por ejemplo victoria militar; el nivel de participación en la educación formal creció, especialmente de las niñas; y que la inversión extranjera subió de manera impresionante. Un acuerdo duradero beneficia a la sociedad más allá de los que están negociando.

VA: La opinión pública no respalda el proceso de paz. ¿Qué tan crítico es esto?

L: Mucho. Liderar el imaginario social nacional en un proceso de paz es un gran reto. Se necesitan espacios protegidos donde las partes puedan intercambiar propuestas e ideas y también de transparencia para divulgar lo acordado como se está haciendo en Colombia. Pero tengo la impresión de que mucha gente no lee los detalles de lo que está pasando en La Habana. Lo que ocurre allí se ve distante. Me preocupa esa sensación de distancia. Hay que construir un ideario de que en Colombia cabe todo el mundo, sin armas, respetando la diversidad política. Ese es finalmente el trasfondo de un proceso de paz.

Los diálogos de paz se realizan desde hace más de dos años en Cuba, y las dos partes han llegado a acuerdos en tres puntos de la agenda de negociación. Foto: archivo Semana.

VA: La sensación general es que en las últimas semanas retrocedimos en la construcción de ese imaginario…

L: Es normal que durante los diálogos haya episodios violentos. Pero acudiendo de nuevo a la comparación, quienes negocian deberían tener formas de cese del fuego para bajar la violencia. En Nicaragua,  en un proceso hace unos años, no hubo cese, pero cada una de las partes, de manera informal, decidió no hacer acciones ofensivas.Esas son medidas de confianza. En Colombia hasta ahora se está llegando al intercambio de perspectivas militares en la Mesa. La experiencia con el cese del fuego en otros lugares es que cualquier episodio que rompa el cese, rompe el diálogo. Aquí el principio es que estos hechos no afecten la continuidad de las conversaciones. Una semana como la que acaba de pasar demuestra que esto no es nada fácil. Yo espero que más temprano que tarde se logre un entendimiento sobre lo bélico.

VA: Y aunque se logre un acuerdo, queda el gran reto de la reconciliación…

L: La reconciliación es un concepto complejo. Es un horizonte. Se trata de imaginarnos un territorio donde cabemos todos y no nos matamos, con instituciones que le sirvan a la gente, y una sociedad civil robusta. Ahora, a ese horizonte no se llega, sino que sirve para crear camino. Hay grupos muy afectados por la guerra y la reconciliación perfecta no existe. Lo que podemos medir como reconciliación es la transformación en la calidad de las relaciones. Tener espacios para el encuentro sincero. No se trata de tener consensos, sino de ser honestos. Estar con el otro, aún en desacuerdo, pero tener conversaciones significativas, que tengan peso, y que sean sostenidas. En la reconciliación se trata de recordar y cambiar, no perdonar y olvidar; porque lo que hemos vivido camina con nosotros para siempre.

VA: El proceso de paz está atascado en el tema de justicia… ¿Cuál ha sido la experiencia internacional en esta materia?

L: En algunos casos se ha usado un modelo muy liberal y se ha pasado de procesos armados a participar directamente en la política; de las armas a las urnas, donde se crean partidos políticos y estos son patrones típicos de amnistías, con poca verdad y donde nadie paga por lo que se ha hecho en el pasado.  Hay modelos donde las atrocidades de mayor importancia se juzgan en tribunales específicos, nacionales o internacionales, donde algunas personas pasan un tiempo en la cárcel. En Colombia no será fácil remontar las atrocidades cometidas durante 50 años, y dar pasos simbólicos para afrontarlas.

VA: ¿Deberían ir a la cárcel los responsables de estas atrocidades?

L: El mejor indicador de justicia no es la cárcel sino la transformación profunda de las relaciones. En casi todos los países la gente que ha sufrido con la guerra pide cosas distintas a la cárcel. Piden saber que pasó, por qué les hicieron sufrir, cosas concretas como hallar los cuerpos. Pero también les preocupa el futuro: ¿qué va a pasar con nosotros, con nuestras tierras, con los hijos? Se preguntan de qué les sirve que alguien esté en la cárcel si no tienen casa o educación. Por eso la no repetición es lo más importante. Ahora ¿Se controla más la no repetición si algunos van a la cárcel? Eso no es fácil verlo empíricamente. A mí me preocupa menos el tiempo que pasen en la cárcel, y más a qué se van a dedicar en el futuro. Porque lo que se quiere es reducir la violencia y el control por las armas, pero si en el futuro las formas de hacerse la vida son las mismas con otro uniforme…eso me preocupa.

VA: ¿Cómo pueden transformarse personas que han durado décadas en la violencia?

L: La pregunta es cómo disminuir la violencia y tener relaciones más justas. Eso requiere que haya transformaciones estructurales, personales y en las relaciones. Se requieren estrategias por ejemplo para aterrizar los acuerdos en lo regional. Porque es allí donde la gente va a convivir con aquellos que han generado mucho dolor. Con el enemigo. Lo que tiene que cambiar es que la enemistad no signifique violencia, ni exclusión, ni control.