Las Farc frente a la paz

      
Los últimos jefes históricos saben que ya no se pueden morir de viejos en el monte. Eso los afana a firmar la paz. Pero la doctrina repetida y las inercias de la guerra y el crimen los jalan en el sentido contrario. Análisis de VerdadAbierta.com de cómo están hoy las Farc y cómo llegan a la mesa de La Habana.
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Los negociadores en el primer encuentro público en Oslo, Noruega. Foto Semana  

Han pasado ya casi cincuenta años desde que un grupo de campesinos comunistas crearan las Farc con el objetivo de tomarse del poder. Es claro hoy, que ya no consiguieron su meta. Con la última ofensiva estatal que lleva ya una docena de años, esta guerrilla ha logrado sobrevivir, sin embargo, replegándose a selvas, montañas y fronteras, para conservar su fuerza hasta donde le ha sido posible.

No obstante, las políticas de Seguridad Democrática y de Consolidación de los gobiernos de Uribe y de Santos les han quitado a las Farc territorios aún en sus retaguardias, les han hecho muy difícil conseguir cualquier apoyo político, y han convencido a 10.656 guerrilleros que se salgan de sus filas en los últimos cinco años, según reportes de la Agencia para la Reintegración.  Varios de los desmovilizados ocupaban cargos de mando militar y político y tenían una larga experiencia, con más de 15 años en la organización.

Las Farc enfrentan además otros problemas graves, como el hecho de que algunas de sus estructuras están inmersas en la siembra y cuidado de los cultivos de coca, el control de laboratorios de procesamiento e incluso, algunos de ellos, en la exportación, y esto las ha hecho desviarse de sus objetivos políticos, para atender las urgencias del complejo negocio. Otras unidades en el Pacífico se han dedicado a la explotación ilegal de la minería, y aún otras, en la frontera con Venezuela, al tráfico de gasolina y otros negocios lucrativos ilegales.

Debido a la permanente vigilancia de la fuerza pública sobre sus comunicaciones, la jefatura de las Farc ha tenido que darles mayor autonomía a sus frentes y columnas,  e incluso algunas de éstas se han dedicado por entero al crimen, otras han realizado pactos con políticos locales para servir sus intereses, y otras más, han realizado golpes brutales, creyendo que así cumplen en exceso con las órdenes que llegan, a veces confusas, desde la cúpula. La presión militar, que mantiene a varios frentes de las Farc en constante movimiento, también les ha complicado  sostener el debido adoctrinamiento político y militar.

De estos tres factores –desmovilización de cuadros expertos, creciente criminalización de sus estructuras, y problemas graves de comunicación y capacitación– se deriva que la organización guerrillera tenga, en promedio, una tropa cada vez más inexperta y más joven: con menor sentido de sus propósitos políticos históricos y con menor sujeción a la disciplina y la autoridad de su cuerpo directivo, el Secretariado.

No obstante todo aquello, el sólo hecho de que a pesar de la larga ofensiva militar, las Farc se mantenga aún hoy cohesionada, revela que el sentido de pertenencia a un colectivo desus 9.000 hombres y mujeres  sigue vivo. Es difícil decir hasta dónde también sigue vigente para ellos la convicción de que pueden ser la chispa que prende la insurrección popular y que en últimas conduzca a la toma del poder, pero algo de eso explica que sigan existiendo como organización que cumple las normas internas, acata castigos  y órdenes y que conserva cierta disciplina militar.

También que se hayan propuesto recientemente, según han contado varios de sus hombres desmovilizados,  ampliar sus células políticas, como son: las milicias bolivarianas y populares en las periferias marginales de las ciudades; el Partido Comunista Clandestino Colombianos (PC3);  y el Movimiento Bolivariano para una Nueva Colombia, éste último compuesto por simpatizantes que les pueden ayudar en caso de necesitarlo.

Así mismo, como dijo un ex guerrillero, los comandantes buscan  “en el periodo electoral, poner en práctica el poder popular bolivariano mediante formas de cogobierno”.

Todavía en las Farc se piensa que es posible instaurar un gobierno provisional en la región que llaman Caquetania (y que comprende el actual departamento del Caquetá y algunas partes de los departamentos vecinos), para desde allí hacer valer su voz ante el país y el mundo. Para conseguirlo, están intentando afianzar su poder en las regiones que han dominado históricamente, aprovechando que allí el Estado sólo existe de forma muy incipiente e inoperante, y donde incluso la presencia de la fuerza pública es esporádica. Esto incluye “tomarse los gobiernos locales por dentro”.

Ahora, no obstante, han resulto sentarse en la mesa de negociación para intentar ponerle fin al conflicto, dejar las armas y tratar luego de impulsar esos ambiciosos planes políticos por las vías legales y democráticas. Las razones pueden ser varias:

 Primera, los golpes recibidos les han dejado la certeza de que ya no pueden morirse de viejos en el monte, si no que como Reyes, Ríos, Cano y Jojoy, pueden caer abaleados por la fuerza pública cualquier día.

Segunda, el temor a que la tercera y cuarta generaciones de las Farc , que ya no comparten su historia, ni su ideología, no puedan llevar su antorcha en el futuro.  Cuando el puñado de jefes históricos que quedan caiga en combate, pueden morir con ellos su versión de lo que ha sido su organización. Su historia sólo la escribirán sus enemigos.

O de pronto están convencidos de que ya perdieron la guerra militar, ya no podrán ser la chispa que prenda la llama de la revolución, y hay que salvar lo que queda del naufragio de la confusión que ha creado en sus hombres tantos años de matar sin piedad y tanto dinero sucio. Demasiados guerrilleros que quisieron cambiar el mundo, están hoy preguntándose si quieren seguir  perteneciendo a una organización que tiene que vender cocaína, reclutar niños, y desmembrar a civiles inocentes para sobrevivir.

A la negociación llegan empujados por esas dudas, pero también por el peso de sus propias lógicas y convicciones de años de que sí es posible tomarse el poder, aunque sea el regional, y subvertir las masas en las ciudades a punta de sabotaje e infiltración de los movimientos sociales. La inercia de una guerra de casi medio siglo los empuja a más guerra. La del crimen común que se les ha metido en sus entrañas, le ha hecho creer que la disciplina férrea reemplaza la ética y la jerga doctrinaria, la sensibilidad humana.

También están en contra de que firmen la paz,  el miedo y la desconfianza acumulados en su DNA de la negra suerte que podrán correr personalmente los jefes si dejan las armas.

Por eso, dependerá de la habilidad y seriedad de los voceros del gobierno y de la amplitud de mente con la opinión pública asuma este proceso, de que las Farc se convenzan, de una vez por todas de que esta salida es la mejor –y ultima – oportunidad que tienen de salvar los ideales que algunas vez los empujaron a levantarse contra el Estado.