Timochenko en la mira

      
Con una nueva generación al frente de las Farc y con las Fuerzas Armadas dando un golpe tras otro, ¿se está acercando el fin del conflicto?


Rodrigo Londoño Echeverry, alias ‘Timoleón Jiménez’ o ‘Timochenko’ hace parte de una nueva generación de dirigentes en las Farc. Foto Semana.

Con la muerte de ‘Alfonso Cano’, el último líder histórico de las Farc, y su rápido y previsible reemplazo por Timochenko, un jefe de segunda fila, una pregunta está en la mente de todos los colombianos: ¿se podrá acabar por fin el conflicto armado en Colombia?

Con ‘Cano’, las Farc perdieron su último dirigente histórico. De los siete miembros del Secretariado designado en la octava conferencia, en abril de 1993, quedan dos. Que uno de ellos, ‘Timochenko’ (el otro es Iván Márquez), asuma las riendas significa, por primera vez en los 47 años de vida de las Farc, que la conducción de la guerra y de la política queda íntegramente en manos de una nueva generación. Hombres que hasta ahora fueron de segunda fila, como él, de orígenes urbanos y temprana militancia comunista. Esto tiene implicaciones de fondo para un eventual fin del conflicto.

El alias del quindiano Rodrigo Londoño Echeverry habla de él más que cualquier biografía. Tomó su nombre de guerra de Semión Konstatinovich Timoshenko, un militar de la caballería zarista que se pasó al partido de Lenin en la revolución de 1917 y se convirtió en mariscal y ministro de Defensa soviético como protegido de Stalin, del cual era, además, consuegro, pues su hija se casó con un hijo del dictador comunista.

De Calarcá a Moscú y de vuelta en 52 años: esta es la parábola político-militar de quien luce como una réplica en las “montañas de Colombia” del comandante-comisario político soviético. ‘Timochenko’, como tantos otros rebeldes de su época, se formó en la Juventud Comunista y entró al noveno frente de las Farc, en Antioquia, a comienzos de los setenta. Sus aptitudes militares lo destacaron tan rápidamente que, para 1986, ya estaba en el Secretariado, entonces de cinco miembros.

Estuvo varios años en Moscú y en la antigua Yugoeslavia, donde habría estudiado Medicina y recibido formación militar. Ha pasado por numerosos frentes y regiones, siempre con bajo perfil, sin figurar en negociaciones de paz y siempre como militar (dirigió la escuela de comando de las Farc Hernán González). Desde 1993, coordina el bloque del Magdalena Medio junto con ‘Pastor Alape’, otro de sus colegas en el actual Secretariado. Está a cargo de temas de inteligencia y contrainteligencia en las Farc, y más que respetado dentro de las tropas, ya que no ha tenido éxitos militares importantes y lleva años viviendo en Venezuela, ‘Timochenko’ es temido. “Es un típico cuadro comunista”, afirma un conocedor de ese medio. Como sobre muchos de sus colegas, pesan sobre él más de un centenar de órdenes de captura, una circular roja de Interpol y una recompensa de cinco millones de dólares, que ofrece Estados Unidos, por sus vínculos con el narcotráfico.

Según inteligencia militar, se mueve entre el Catatumbo, en Norte de Santander, y el estado Zulia, en Venezuela. Esto representa un problema para las Farc y otro para el gobierno. Esta guerrilla está ante el dilema de tener un máximo comandante a salvo fuera del país, pero distante de sus combatientes en Colombia, o hacerlo venir para comandar las tropas y aumentar el riesgo de que caiga como su antecesor. El gobierno también tiene su encrucijada: ir por ‘Timochenko’ al otro lado de la frontera sería, como dijo Chávez, “la guerra”, y dejarlo allá es dar una carta militar a las Farc y dejar que suene a hueco la diplomacia del “nuevo mejor amigo”. En todo caso, mientras el nuevo comandante siga en Venezuela, puede que quede solo “en la mira”.

Ni victoria ni negociación

Timochenko llega al frente de una organización militar en decadencia. Más allá de la notable capacidad de resistencia que han mostrado ante los golpes con los que la fuerza pública ha diezmado su dirección, es un hecho que las Farc están prácticamente derrotadas desde una perspectiva estratégica. Su declive como fuerza militar parece irreversible, a no ser que el Estado cometa graves errores. Y están sumidas, por sus acciones contra la población civil y por su involucramiento en el tráfico de drogas, en el más completo desprestigio nacional e internacional. Sin embargo, nada de esto significa que la victoria militar del Estado esté a la vista.

Sin una derrota final a la vuelta de la esquina, la otra opción sería un epílogo negociado. En las condiciones políticas y de opinión actuales, este solo es posible sobre la base de gestos como liberar a los secuestrados y con un horizonte claro de desmovilización y reintegración. La muerte de ‘Cano’ despertó toda suerte de especulaciones sobre las perspectivas que podría traer la designación de un ‘político’ (como Iván Márquez) o de un ‘militar’ (como Timochenko). Distinciones que no tienen mayor relevancia, pues el paso de los segundos a primera fila solo reforzará “el caldo espeso de una ideología primitiva y simplista que les impide ver y entender el mundo”, como escribió Jorge Orlando Melo en El Tiempo. Las Farc, dice el historiador Medófilo Medina, “cuentan con un mando colectivo y un plan de trabajo definido conjuntamente, y su accionar no depende de lo que proponga, diga o decida un determinado comandante”. El comunicado que anuncióel nombramiento de Timochenko ratificó que las Farc consideran que tales condiciones para negociar equivalen a una rendición y que su estrategia militar sigue sin cambios.

Como señala Eduardo Pizarro en su libro Las Farc (1949-2011): De guerrilla campesina a máquina de guerra, la cuestión crucial para una negociación es: ¿las Farc van a renunciar a su objetivo estratégico, que es tomarse el poder? Por ahora, no. Una negociación pragmática que verse sobre garantías para la desmovilización y la reincorporación de las Farc y su entrada a la democracia -la única políticamente aceptable para el país hoy- está lejos de interesarles.

Por eso, se abre la puerta de otro escenario, más realista y menos deseable: el que Pizarro llama “un final sin cierre”. Es decir, mantener una fuerza cercana al medio millón de hombres para contener a unos 20.000 insurgentes (incluidas sus redes de apoyo). Analistas como Daniel Pécaut consideran que las Farc quedarán atrapadas en el narcotráfico y en una mayor criminalización. Eduardo Posada Carbó opina que la combinación de fuerte ideología, recursos financieros y capacidad de intimidación “es lo que explica la permanencia de las Farc” a pesar de las evidencias de que no obtendrán el poder por las armas. Además, han demostrado ser más sólidas como organización de lo que muchos esperaban, gracias a una fuerte estructura burocrática. A pesar de los golpes, no han tenido divisiones ni graves crisis internas, la sucesión del mando no ha generado conflictos significativos y se han adaptado a nuevas formas de comunicación y logística.

Así las cosas, Colombia se abocaría a cargar por años con un gigantesco aparato militar y a seguir invirtiendo más del 5 por ciento de su PIB en defensa. En una economía que crece, eso implica que cada vez más dinero irá a contener un conflicto más marginal. Y este no es el único costo.

La falta de un cierre impide ajustar las instituciones a un verdadero posconflicto, empezando por el aparato militar y de policía, el cual, acabada la guerra, debe reducirse drásticamente y reenfocarse para enfrentar desafíos como la seguridad urbana o los sucesores de los paramilitares. Pese a que el general Óscar Naranjo las considera “la principal amenaza”, se destinan infinitamente menos recursosa combatir las llamadas bacrim que la guerrilla.

La continuidad del conflicto tiene, además, el costo de la tremenda tragedia humanitaria que continúa causando. Regiones enteras de Colombia viven como en una guerra africana. Pese al golpe de la muerte de ‘Alfonso Cano’, la seguridad viene en deterioro. Según un reciente estudio de Alfredo Rangel, secuestros, atentados contra la infraestructura, en particular petrolera, y ataques contra instalaciones militares y policiales, hostigamientos y emboscadas aumentan desde hace tres años, mientras los combates por iniciativa de la fuerza pública han disminuido. Pese a la caída, uno tras otro, de los llamados “objetivos de alto valor” (los jefes de las Farc), cada día hay que poner más soldados a cuidar la creciente inversión en pozos petroleros y explotaciones mineras.

Todo esto tiene implicaciones negativas para un país que lucha por insertarse de manera competitiva y con liderazgo en el escenario mundial.

Negociar, sí, pero ¿cómo?

Este es quizá uno de los momentos más difíciles y complejos del país. Es claro que la negociación sería la salida menos costosa humana e institucionalmente. Sin embargo, el escenario que parece imponerse es el de un conflicto crónico. La gran pregunta, como la hizo el exconstituyente del M-19 Otty Patiño en Lasillavacía.com, es: ¿qué va a hacer el gobierno con la victoria? Él cree que el gobierno debería hacer una oferta digna para que las Farc entren a la democracia. Esto podría dar un puntapié al tablero, lo que desconcertaría no solo a las Farc, sino a muchos sectores que se han acomodado a las rentas de la guerra, y sacudiría el statu quo de medio siglo de conflicto. Pero pese a que a Juan Manuel Santos le encantaría pasar a la historia como el que puso fin a la guerra, un gesto magnánimo acarrea hoy riesgos jurídicos y costos políticos que difícilmente asumiría el más avezado apostador. Desde la justicia penal internacional hasta una sociedad que quizá ya no esté dispuesta a ceder espacios ante lo que considera un simple grupo terrorista, cuya única fuente de poder está en la punta de su fusil y de su crueldad.

¿Dónde está, entonces, la llave para la paz? Quizá, como ocurrió en España con ETA, no tanto el gobierno tenga la llave como la sociedad civil. Este es el momento en el que la sociedad debe definir qué hacer con su conflicto.

Hoy, como dice Melo, habría que aumentar al máximo la presión política de la sociedad sobre las Farc para que acepten la necesidad de paz. Solo la sociedad, unida por encima de sus pasiones y de sus diferencias, podría convencer a las Farc de que su guerra fracasó. Al menos en España funcionó con ETA. Por ahora el gobierno parece estar dispuesto a dar pasos, si del otro lado hay alguna señal inequívoca y creíble de que se quiere la paz definitiva. Frente al nudo ciego en el que está el conflicto, y ante el probable refuerzo de la intransigencia de las Farc con sus segundos ahora al mando, solo una movilización muy amplia podría ayudar a cambiar las tendencias del muy posible escenario que se vislumbra: una guerra agonizante y muy costosa, pero que se puede perpetuar con los dineros del narcotráfico y en la que se celebrará cada vez más lánguidamente al siguiente jefe de las Farc muerto en un bombardeo, solo para que lo reemplace otro guerrillero estalinista de carrera, como ‘Timochenko’.

Publicado en Semana. Sábado 19 Noviembre 2011