Niños guerrilleros, realidad que no cambia

      
Dos historias, con diferencia de casi 15 años, revelan que la realidad social para los niños campesinos amenazados por el reclutamiento forzado no ha cambiado. Uno de esos menores de edad, ya adulto, cuenta la historia en un libro donde habla sobre las razones por las que los niños son guerrilleros a la fuerza en Colombia.

Por Jhon Moreno/ Periódico del Meta

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El 24 de abril pasado, hombres de la Séptima Brigada del Ejército salieron a la vía que de Villavicencio conduce a Puerto López. Una llamada de un ciudadano les indicó que un adolescente de 14 años tenía la intención de desvincularse de las Farc.

Desde el 2009, cuando tenía nueve años de edad, fue reclutado en San Juan de Arama por hombres del Frente 40. En el reencuentro, organizado ese mismo día por los hombres de la Séptima Brigada, su madre relató que un grupo de guerrilleros llegó hasta su finca a llevarse al muchacho, dos días después de que su padre había sido asesinado por esos mismos subversivos.

Sus brazos son gruesos, su piel está quemada por el sol y en sus manos tiene callos. Durante los seis años que estuvo como guerrillero lo obligaron a cavar letrinas, cargar madera y ser centinela en las noches. Atrás quedaron los años en que jugaba con carros de plástico en su finca y dormía al lado de su mamá.

“Esta es una práctica que siempre han utilizado las Farc. Le puedo decir que el 90 por ciento de quienes se desmovilizan fueron reclutados siendo menores de edad. En esta zona uno de los que más comete esa atrocidad es ‘Gentil Duarte’, integrante del Bloque Oriental”, afirmó el general Emilio Torres, comandante de la IV División, y agregó que hace poco fue recuperada una joven de 20 años quien desde los 12 fue compañera sentimental de ese jefe subversivo.

Este año se han reintegrado a la vida civil tres menores de edad en los departamentos del Meta, Guaviare y Vaupés. En el 2014 lo hicieron 13.

La historia de Marcelino
La pobreza y la falta de oportunidades de un Estado que no hace presencia en esas zonas alejadas, son parte de la dura realidad en la que deben crecer los niños campesinos en Colombia.

Es el caso de Marcelino Cárdenas Vanegas, quien a los siete años ya sabía lo que era tener hambre en el estómago sin la esperanza de comer. Pese a haber nacido en la vereda La Esmeralda, de Medina, Cundinamarca, su infancia la pasó en Cumaral, Meta. Debía pedir limosna en la calle para intentar comprar pan y una gaseosa que le ayudaran a mitigar el dolor de la desnutrición. Lo que más recuerda de esa infancia es la pobreza en la que vivían sus padres y la separación de ellos, algunos años después.

El divorcio de los padres empeoró todo para él y sus 10 hermanos. Cada uno empezó a tomar rumbos diferentes pues la urgencia era sobrevivir a ese panorama que los golpeaba. Estudiar era poco más que un lujo, al punto que quien más tiempo estuvo en la escuela fue su hermano mayor y lo hizo hasta segundo de primaria.

Al cumplir los 15 años, Marcelino tenía prácticamente todos los sueños destruidos, una vida incierta y sin esperanzas de poder mejorar, pues cada vez se cerraban más las oportunidades. Incluso, como la guerrilla frecuentaba las fincas donde él intentaba trabajar, pronto las autoridades empezaron a estigmatizarlo de ser subversivo.

“Ser guerrillero no era una opción queestuviera en mis objetivos de vida. Nunca se me pasó algo así por la cabeza, jamás. Yo era un simple campesino, un niño apenas con ganas de trabajar y salir adelante. Eso era lo único que yo quería. Y esos deseos terminaron siendo mi delito.

“Como pesaba sobre mí la auténtica amenaza por parte de la Policía, de que si me volvían a ver por Cumaral me mataban, no tuve más opción, con tal de salvar mi vida, que pensar ahora sí seriamente en meterme a la guerrilla”, relata en su libro ‘Marcelino, guerrillero a la fuerza’, un texto que escribió no solo para contar su experiencia como subversivo, sino las razones que tuvo para irse y las consecuencias que eso le trajo.

El 25 de diciembre de 1995 decidió irse para las Farc con ‘Aldineber’, a quien conocía desde niño y por el que sintió envidia cuando lo vio en camuflado y de fusil. Pero fue herido en el primer y único combate que por suerte le tocó vivir. Llevaba apenas 21 días a las órdenes de ‘Romaña’, en el frente 53.

El texto, lejos de cualquier pretensión literaria, sí es una experiencia de vida que relata una historia que no solo es el reflejo de Marcelino sino de miles de niños que tuvieron que irse a los grupos armados ante la fuerza de las circunstancias que los rodeaban. Cuenta la historia no solo de la región donde creció, el encuentro con su hermana, también guerrillera y la época en la cárcel que le tocó vivir.

“El estigma de esos 21 días en la guerrilla ha sido muy alto. A pesar de haber ya pagado mi delito, me seguían acusando de cosas que no había hecho y trabajando como taxistas vuelven a enredarme en procesos judiciales. Hace tres años quise ser concejal de Villavicencio y me quitaron el aval cuando supieron que había sido subversivo. Por eso escribo el libro,para que todos conozcan mi verdad y darle la cara a la sociedad y decirle que ya pagué mi error, un error que fueron inducido por la triste realidad y la falta de oportunidades que nunca brindó el Estado”, cuenta Marcelino.